CONVENTO DE LA TRINIDAD

Redacción

Por fin el Ayuntamiento de Marbella hace algo en el dañado Convento de la Trinidad tras las quejas vecinales y la presión de la oposición

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convento de la Trinidad de marbella

Después de mucho tiempo de promesas incumplidas y de mirar hacia otro lado, el Ayuntamiento de Marbella ha dado, por fin, señales de vida respecto al maltrecho Convento de la Trinidad. No ha sido por iniciativa propia. Han hecho falta las quejas reiteradas de los vecinos —hartos de pasar por una calle que parecía más una trampa que una vía pública— para que el Consistorio moviera ficha y sustituyera el sistema de apuntalamiento y las iniciativas de la opoisición municipal.

El anterior, hecho con vigas de madera mal encajadas y algunas apoyadas descarada y rústicamente sobre el edificio de enfrente, convertía la calle Viento en una amenaza peatonal. A pesar del peligro, el paso nunca se cortó.

La presión vecinal ha conseguido lo que parecía imposible. Tardaron más de un mes, pero lo hicieron. Ahora, el sistema de sujeción es un andamiaje metálico, valla de protección, y una lona decorativa para disimular la ruina.

Lo que los vecinos pedían era tan lógico como la simple: seguridad y al final, se ha impuesto la lógica.

Pero ojo, esto no es ni de lejos el final del problema. El Convento de la Trinidad, edificio histórico en manos municipales, sigue esperando una rehabilitación real que no llega nunca. Y eso que la alcaldesa, Ángeles Muñoz, lleva prometiendo su recuperación desde 2008. En 2013 se habló incluso de instalar allí el Museo de Arquitectura y Diseño Moderno (MAD), que como tantos otros anuncios quedó en humo. En 2018 se dijo que ya estaba aprobado un proyecto de restauración con 1,8 millones de presupuesto. ¿Resultado? En 2025 seguimos apuntalando.

Para colmo, en el pleno de mayo, PP y Vox tumbaron una moción del PSOE que pedía actuar de una vez sobre el convento. Parece que contener los muros vale, pero restaurarlos, ya es otra historia.

Mientras tanto, el tiempo sigue haciendo su trabajo. El edificio no se cae, pero tampoco se levanta. Y el abandono institucional, ese sí, permanece firme como un muro sin apuntalar.

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