El catálogo de caprichos del alcalde de Benalmádena sigue engordando sin que parezca haber límite. Primero fueron las banderas con su firma, luego las placas de inauguración grabadas a láser, y ahora le ha llegado el turno a los chalecos. Lo que debería ser un simple equipamiento de seguridad o identificación para el personal municipal se ha convertido en un escaparate móvil de su nombre como «Alcalde«, una especie de sello personal que recorre las calles y edificios de la ciudad. Cada chaleco, impreso con el nombre del regidor, refuerza la sensación de que, en Benalmádena, hasta la vestimenta oficial lleva su marca.
Más allá de la curiosidad estética, lo que sorprende es el patrón que se repite: recursos públicos empleados para satisfacer un impulso personalista. Miles de euros del presupuesto municipal se destinan a convertir objetos cotidianos —banderas, placas o chalecos— en símbolos del poder visible del alcalde. Lo público se diluye frente a lo personal, y cada adquisición se transforma en una firma más que se suma al rastro que Lara deja en la ciudad, como si quisiese inmortalizar su mandato en acero, tela o láser.
El fenómeno ya resulta familiar para los vecinos. Cada nueva placa, cada bandera, cada chaleco no solo cumple una función práctica, sino que se convierte en una extensión del protagonismo del regidor, un recordatorio constante de su obsesión por dejar constancia de que todo paso municipal lleva su impronta. En una ciudad donde lo cotidiano se transforma en exhibición, los chalecos son la última adición a un desfile de caprichos que, lejos de pasar inadvertido, invita a preguntarse hasta dónde llegará esta carrera por firmar hasta lo más insignificante.
