Han tenido que pasar 26 años para que Dolores Vázquez reciba, en su propio pueblo, la villa gallega de Betanzos, el reconocimiento que tanto tiempo le fue negado. Esta localidad de A Coruña ha sido el escenario de un homenaje cargado de justicia moral tras el sufrimiento que marcó su vida. «Necesito que el Gobierno me pida perdón«, ha reclamado con contundencia pero, a la vez, con la serenidad que siempre le caracterizó.
Dolores Vázquez pasó 519 días en prisión, víctima de una acusación sin fundamentos. Señalada como la asesina de Rocío Wanninkhof, fue sometida a un juicio mediático implacable, convertida en culpable por la opinión pública antes de que la justicia siquiera analizara los hechos. Su carácter reservado y su relación con la madre de Rocío fueron suficientes para que el estigma se cerniera sobre ella.
El 9 de octubre de 1999, Rocío Wanninkhof, de 19 años, apareció asesinada. En la urgencia por encontrar a un responsable, Dolores se convirtió en la diana perfecta. Sin pruebas concluyentes, sin testigos, sin una investigación rigurosa, fue condenada por un jurado popular. Su destino quedó sellado por prejuicios y suposiciones.
Tras 519 días de encierro injusto, un tribunal ordenó repetir el juicio. Pero la verdad tardó en llegar. Cuatro años después, el verdadero asesino, Tony King, confesó su crimen. Ni siquiera entonces cesó el martirio de Dolores, obligada a desmentir cualquier vínculo con él. «Yo no sé nada de este hombre. Solo sé que estoy muerta de miedo, miedo de que me vuelvan a linchar», confesó.
Ese miedo aún no la ha abandonado. «Cuando me llamó el Ayuntamiento, pensé: ¿qué he hecho ahora?», admitió durante el homenaje. Dolores Vázquez, al fin, ha recibido el calor de quienes nunca dudaron de su inocencia. El tiempo no puede devolverle lo perdido, pero la sociedad empieza, aunque tarde, a reconocer su error.