Entre los grandes sucedidos del verano marbellí, está la coba hablando de que a partir de ya, todas las vecinas deben llevar los cucos puestos, si por las casualidades de la vida entra un ladrón mirón a tu alcoba. El hecho es que hasta ocho veces entró al dormitorio de la víctima desnuda, un mangante para llevarse solo 300 euros sin joyerío, pero apropiándose de la inolvidable imagen voyeur de un pubis enfocado. Una vez de siesta me entró un caco a mi vivienda que no me percibió en sus registros, lo que pude aprovechar para ponerle los bafles a toda pastilla y que se largara gritándome “hijo de puta” por las escaleras. El mío no fue de ensueños, como la generalidad de los chorizos de la capital costasoleña tampoco.
Marbella, que de tener cuentos universales, debieran de titularse: -“Los mil y un saqueos”; los alibabases, -ni ábrete, Sésamo, ni PGOU; porque las cuevas están a la vista pública, tapando el terrenillo sembrados de ladrillos. Lo más distinguido es la Torre Real, con sus veinte plantas de franquismo, porque el yernísimo Cristóbal Martínez Bordiú tomo parte, tanto, que las otras dos previstas en paralelo, por orden de El Pardo, quedaron para peor ocasión. Jesús Gil y sus huestes animadas por la Tonadillera, pasaron el casting del descaro, para entronarse como el Plan Perfecto en el reinado del consentimiento.
No sé si este ladronzuelo se ha ganado el derecho a figurar en el inmenso cuadro de honor de los juzgados marbellís, copado por los gestores de andamiaje; pero ha puesto una nota de censura a las pesadillas, de los que no tengan un seguro de alarma en sus mansiones. A Ernesto Sábato que había profundizado en los infiernos de la dictadura argentina, se inclinó porque visitáramos Marbella, para ver Cosa en cuché español.