Desde hace años nos venden una Málaga futurista, tecnológica, moderna, digna de los grandes eventos globales. Nos prometieron un estadio nuevo, de nivel internacional, con capacidad para soñar a lo grande. Maquetas, discursos grandilocuentes y titulares de campaña llenaron portadas y ruedas de prensa. Pero tras el humo, nada. Ni obra, ni inversión, ni proyecto serio. Solo palabras. Muchas palabras.
Este sábado, el alcalde Francisco de la Torre subió al atril para dar la cara. Acompañado por representates de la Junta y de la Diputación —la sagrada trinidad del despropósito— comunicó que Málaga se retiraba de la carrera por el Mundial. La explicación, casi ofensiva, fue que lo hacían “por el Málaga CF y su afición” y en un punto muy de la derecha también «Y por España!. Curioso argumento cuando el club malagueño vive sumido en una de sus etapas más oscuras, rozando el abismo deportivo, económico y social.
No. No es por el Málaga. Mucho menos por España. Es porque no han sido capaces. Porque han jugado con las ilusiones de miles de aficionados y con la imagen internacional de una ciudad que aspiraba legítimamente a estar en la primera línea del deporte mundial. Porque prometieron lo que sabían que no podían cumplir. Porque en vez de trabajar en silencio, prefirieron hacer campaña.
Y mientras tanto, Valencia celebra su inclusión como sede. Valencia, que en su día fue descartada, ha sabido aprovechar el hueco que deja el ridículo ajeno. Málaga, en cambio, aparece hoy en todos los medios como lo que es: el ejemplo más claro de cómo una oportunidad histórica puede irse por el desagüe de la incompetencia política.
Pero el daño no acaba en la capital. Ciudades como Torremolinos, Benalmádena, Fuengirola o Mijas, que soñaban con un impacto económico y turístico derivado del evento, también ven evaporarse sus expectativas. La provincia entera pierde. Pierde visibilidad, pierde inversión, pierde futuro. Y lo más grave: pierde credibilidad.
Que nadie espere dimisiones. Aquí no dimite nadie. Ni Francisco de la Torre, ni Francisco Salado, ni Juanma Moreno, ni Borja Vivas, ni Patricia del Pozo, ni Carolina España. Nadie. Todos seguirán hablando de proyectos estratégicos, de fondos europeos y de transformación digital. Pero el Mundial se lo llevan otros. Nosotros nos quedamos con el PowerPoint y los titulares de hemeroteca.
En 2030, cuando el balón eche a rodar en Valencia, en Lisboa o en Casablanca, recordaremos aquel estadio que nunca se construyó, aquellas promesas lanzadas al viento y aquella rueda de prensa que certificó, sin apenas rubor, el mayor fiasco institucional de las últimas décadas en Málaga.
Esta no era una oportunidad cualquiera. Era una cita con la historia. Y la historia, ya lo sabemos, no suele perdonar el conformismo ni la arrogancia. Málaga no perdió el Mundial: lo tiraron a la basura.