En las entrañas de la Axarquía, la Cueva de Nerja mantiene, como un reloj biológico, un ambiente casi inmutable: temperaturas que oscilan entre los 17 y los 21 ºC, con una media de 19 ºC, y una humedad alta que envuelve sus galerías durante todo el año. Esta estabilidad convierte a la cavidad en un espacio resguardado frente a los caprichos del clima exterior, aunque no pueda considerarse un “refugio climático” en el sentido estricto del término.
Su origen se remonta a procesos de karstificación, en los que el agua, gota a gota, disolvió la roca caliza para esculpir sus impresionantes salas y pasadizos. La ventilación natural, combinada con la propia estructura geológica, ha dado lugar a un microclima constante que beneficia tanto a las especies adaptadas a este entorno como a la investigación científica.
Factores que la convierten en un espacio singular
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Temperatura constante: Su estabilidad térmica favorece la vida de organismos especializados en ambientes subterráneos.
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Protección frente a fenómenos extremos: Las galerías actúan como escudo contra lluvias torrenciales, vientos intensos o cambios bruscos de temperatura.
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Ecosistema delicado: A pesar de la aparente quietud, la cueva alberga un ecosistema frágil, cuyo equilibrio requiere atención y cuidado.
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Laboratorio natural: Investigadores la utilizan para estudiar el clima y sus variaciones a lo largo de milenios, aportando pistas sobre el cambio climático.
El reto está en compatibilizar su valor científico y natural con la afluencia turística —miles de visitantes recorren cada año sus pasillos de piedra— sin poner en riesgo el delicado equilibrio que la define.
En definitiva, la Cueva de Nerja no es un refugio climático en el sentido convencional, pero sí un espacio subterráneo con condiciones estables que protegen a su biodiversidad y sirven de ventana al pasado climático del planeta.